Fue un instante mágico. Único. Soñado. Un momento imborrable. Que seguramente quedará en la retina de muchos. De propios y de extraños. De todos aquellos que estuvieron presentes en el Estadio Mundialista en Rosario. Que quedará grabado a fuego en la historia grande del deporte argentino. Empezó con el conteo que bajó de las tribunas cuando el reloj llegó a los 10 segundos, siguió con el sonido sublime de la chicharra, nunca tan esperado por esa multitud teñida de celeste y blanco, y terminó en esa enorme montonera que armaron las Leonas ya con el sueño cumplido de ser campeonas del mundo. Fueron unos segundos apenas. Aunque la historia dirá que esos segundo fueron eternos. Al menos para ellas, para las verdaderas protagonistas de esta historia. Para estas Leonas de sangre caliente. Fue el momento de gritar campeón. Del desahogo. De darle rienda suelta a ese festejo con el que soñaron más de una vez.
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Esa zambullida incluyó a todos. Fueron tirándose de a uno hasta armar una montaña de piernas y brazos. Primero cayó Charito Luchetti abrazada a Mariné Russo. Después Sole García, Aymar y el resto de las jugadoras que estaban en cancha. A la carrera llegó el Chapa Retegui. Revoleando su gorrita, a los gritos, se tiró de cabeza a festejar con sus dirigidas. Y desde atrás, desde el fondo, se fueron sumando uno a uno todos los artífices del título. Desde el profe Barrionuevo, uno de los protagonistas invisibles de esta película, hasta Laurita Aladro, la segunda arquera del plantel que apoyó siempre desde afuera sin una mueca alguna.
Una vez que no faltó nadie, que el abrazo fue gigante, llegó lo mejor. Las lágrimas dieron paso a los cánticos. Y los cánticos dieron paso a la vuelta olímpica. Y al avioncito. Y a la entrega de premios. Y a la copa. Y al festejo con los seres queridos. Se la podía ver a Claudia Burkart celebrar con los suyos. Reconociendo que había jugado su último partido con Las Leonas. “Cierro una carrera de la mejor forma posible, ganando una copa del mundo en mi país”, repetía ente el asedio de los periodistas que a esa altura ya se habían adueñado de la cancha.
En otro rincón, estaba Alejandra Gulla, esa goleadora que se cansó de batir récords y que también dijo le adiós al hockey nada menos que con el título bajo el brazo. “Qué puedo decir de esto, es algo que pensé que no iba a poder vivirlo a los 33 años. Pero este grupo lo puede todo y acá estoy, siendo otra vez campeona del mundo”.
Las historias se repetían de a decenas. Carlita Rebecchi festejaba con amigas. “Dale campeón, dale campeón” gritaba. Mariné Russo cantaba y celebraba junto a un grupo de adolescentes disfrazadas con pelucas verdes y rojas. Belén Succi, enfundada en una bandera argentina, no soltaba por nada del mundo la copa. Se sacaba fotos con una cumpleañera de 15. “No la suelto más, me la llevo a mi casa”, bromeaba.
La celebración siguió hasta entrada la madrugada. De la cancha, al vestuario y del vestuario al micro. Y del micro al Monumento a la Bandera. Para festejar con todo Rosario. Salud, campeonas…