Día 14: Misceláneas

Fue único. Los bocinazos que se oían ya a las dos de la tarde eran un preludio de la fiesta que se viviría en el estadio. Todo era diferente en este último día del Mundial de Hockey. En las puertas, la seguridad y los controles eran más rigurosos. En las filas, reinaba la algarabía. Familias enteras y grupos de amigos llegaban con sus caras pintadas, gorros y banderas de los más originales. La atmósfera era de fiesta.
Bien temprano todos se apostaron en las gradas para conseguir el mejor lugar posible y disfrutar de los últimos dos partidos de la Copa del Mundo. Tanta era la ansiedad y tan larga la espera que había que cantarle a quien fuera. “Seguridad, seguridad, seguridad, seguridad”, le cantaba un grupo de jóvenes a los encargados de la seguridad del estadio, despertando la risa de todos.
Ya en el partido del bronce, las inglesas fueron recibidas una vez más con grandes aplausos. Y mayor apoyo recibieron cuando dieron la vuelta luego de haber obtenido el bronce. Qué felicidad la de las jugadoras inglesas, qué manera de saltar y festejar. Pero el mayor contraste fue ver a las alemanas desoladas, de rodillas en el piso sin encontrar consuelo alguno.

Mientras Inglaterra seguía festejando dentro de la cancha, en la zona mixta ocurría algo muy peculiar. Succi, D’Elia, Sruoga, Rodríguez Pérez y Scarone formaron una ronda y comenzaron a hacer jueguitos con una pelota de fútbol. Estaban distendidas las chicas argentinas. Cerca de ellas, el Chapa se saludaba con la capitana holandesa. Segundos después el plantel inglés pasó por la zona mixta hasta los vestuarios, siendo recibido con grandes aplausos por todas Las Leonas.
Y por fin llegó la esperada final del mundo. Holanda debía tolerar el incesante chiflido, Argentina obtenía el más cálido de los recibimientos. Las tribunas estaban abarrotadas de gente y así también el palco oficial. Tan así que todas las ex Leonas presentes tuvieron que ver el partido paradas detrás de los pupitres de prensa.
Antes de empezar el encuentro los reconocimientos fueron para los 100 partidos internacionales de Maartje Goderie y, nada más y nada menos, que los 300 de Lucha Aymar. Qué regalo: su encuentro 300 era una final del mundo en el jardín de su casa. Sonaron los himnos y todos se estremecieron. Todas Las Leonas lloraban, las 12 mil almas presentes coreando las estrofas les ponían a todos, una vez más, la piel de gallina. Qué momento inolvidable.

Luego llegaron todo tipo de cantos. El conocido “El que no salta es holandés” hizo temblar las tribunas. Y ni hablar cuando fue el primer gol. Aunque la nota la dio la voz del estadio, que le adjudicaba el tanto a Lucha cuando había sido claramente de Rebecchi. Recién cuando se corrigió todos aplaudieron el anuncio. Sonó la chicharra y Las Leonas ya eran campeonas. Qué festejo, qué emoción, qué grandiosa vuelta olímpica. Todos estallaron en un único grito. ¿Y qué no podía faltar? Cuando la premiación tenía lugar, dos hombres se metieron a la cancha, siendo perseguidos por los guardias para sacarlos. Un clásico mundialista.
Para terminar la jornada mágica, con Argentina, Holanda e Inglaterra subidas sobre el podio, volvió a sonar el himno nacional. Fue maravilloso, tanto así que las inglesas saltaban y coreaban a la par de la hinchada. Fue, sin dudas, el mejor de los finales.

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