Las ganas de llevarse un triunfo sobraban en ambos equipos, porque aunque era un amistoso, a una semana del inicio del Mundial, el ganador se iría con un plus anímico y de confianza importante. Es así como se debe medir el choque de ayer entre Las Leonas y Australia, en el que el seleccionado local ganó por 3 a 2.
En los partidos amistosos tan cercanos a un campeonato mundial es de esperar que los equipos no muestren ni arriesguen demasiado. Eso fue lo que ocurrió ayer. Y era lo lógico. Se ocultaron las armas más fuertes, no se develaron los secretos – un ejemplo claro de ello fue que todos los cortos que ejecutó Argentina fueron arrastradas de Noel Barrionuevo –, se jugó a un ritmo medido y se tomó el encuentro como lo que fue: un entrenamiento. Porque por sobre todas las cosas la importancia de estos partidos preparatorios radica en adquirir ritmo de juego, sumar estímulos físicos y entrenar cuestiones técnicas específicas.
Para remarcar algunos detalles puntuales del encuentro, a Las Leonas le costó diez minutos poder entrar en juego y hacerse de la posesión de la bocha. Pero si bien Australia inquietó rápidamente y se puso en ventaja, Argentina se repuso pronto y emparejó la situación. Otra cuestión puntual es que faltó profundidad en los ataques. Pero no hay que preocuparse. Este fue el primero de los cuatro amistosos previos al debut mundialista; aún queda tiempo para pulir detalles.
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Los chicos también rugen
Lo más importante se jugó fuera de la cancha, en las tribunas, donde un poco más de tres mil hinchas, la mayoría de ellos niñas, se hicieron presentes para apoyar al equipo nacional. “Seño, pero hay que alentar a Las Leonas”, dijo una nena de la escuelita del Jockey Club ante el pedido de su profe de no gritar. Fueron así los más chiquitos los que pusieron el ritmo y mantuvieron el ánimo de la jornada, haciendo estallar el estadio, especialmente cuando Luciana Aymar se hacía dueña de la bocha. Y no menos curioso, desde el lado del periodismo se dio un fenómeno similar: el ritmo de los flashes se aceleraba cada vez que la Maga tomaba las riendas para tramar una genialidad.