Las campeonas ya habían festejado apenas terminó el partido. La tradicional vuelta olímpica, el juego con la hinchada, el avioncito, la montonera, los cánticos. Parecía no faltar nada. Pero ya en la cancha todas lo advertían. Lo mejor de vivir un Mundial en casa es no tener que esperar tanto tiempo para poder compartir la felicidad que las invadía con sus seres más queridos. Porque son ellos los que día a día les brindan el sostén, las impulsan y las motivan para seguir sus sueños. Son ellos los que mejor entienden el sacrificio que hacen estas 18 Leonas. Son ellos a los que las jugadoras les están eternamente agradecidas.
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“Terminar un partido, ver a mi familia y no tener que llegar al hotel creo que lo voy a disfrutar. Ahora me voy a la fiesta con todos ellos”, deslizaba Belén Succi asediada por los micrófonos en el centro de la cancha. Nada podía ser mejor. La familia, los amigos, las parejas. Todos estaban cerca. Todos ellos lloraban de felicidad al verlas. Aunque para poder festejar con mayor intimidad tuvieron que esperar un rato.
Las Leonas estaban exultantes. La fiesta siguió sobre un colectivo sin techo, paseándose por Rosario con la copa del mundo en lo alto, hasta llegar al Monumento a la Bandera, aquél mágico lugar donde hace catorce días todo había comenzado. No querían guardarse tanta alegría para ellas. Había que compartirlo con la gente que los esperaba ansiosos. Ya lo había dicho el Chapa Retegui, con la voz quebrada y los ojos bañados en lágrimas, en el estadio: “Esto es lo más lindo que te puede pasar. Disfruté tanto este Mundial que lo comparto con todos los argentinos, porque el compromiso era con el pueblo. Dijimos que éste iba a ser el equipo del pueblo y creo que lo fue. Mirá esto (señaló a las tribunas)”.
Recién después de allí el cuerpo técnico y las jugadoras pudieron refugiarse en el hotel, al menos por unos minutos, para encontrarse con el tan ansiado abrazo de sus familias y, por qué no, fotografiarse con la copa, su tesoro. Todas querían conservar un recuerdo, grabarlo en algún lado. Y lo que antes eran lágrimas de emoción, ahora eran sonrisas plenas. Merecidas sonrisas plenas.