La euforia que bajaba desde las cuatro tribunas se transmitió adentro de la cancha. Lucha empezó a saltar como loca cuando aún faltaban 20 segundos para que sonara la chicharra, soltó el palo y se abrazó con la compañera que tenía más cerca. Ya no importaba nada. Ni siquiera que las holandesas estuvieran cerca del área argentina. Ya el tanteador marcaba el 3 a 1. Los gritos ensordecían y las lágrimas rodaban por las caras de todas las jugadoras, hasta de aquellas ex Leonas que estaban apoyando desde el palco. La felicidad era máxima. Las Leonas, en su casa, ya eran las campeonas.
Las más de 12 mil almas presentes eran un manojo de nervios. Aunque rápidamente Las Leonas colaboraron para calmar la ansiedad. Salieron como un huracán a la cancha, salieron a dejar todo. Se metieron de lleno a demostrar lo que es la garra, la potencia y el amor por la camiseta. Salieron a demostrar por qué las llaman Leonas. Porque ya a los dos minutos, en la primera llegada del partido, Argentina se puso en ventaja. Soledad García, la gran Sole, llegó hasta el fondo del área y metió un centro de revés que Carla Rebecchi supo empujar adentro del arco.
Allí empezó la noche soñada de Carlita, de Las Leonas… y de todos. Los cánticos, incesantes desde el comienzo, se convirtieron en un único grito de gol. Un estallido de desahogo. Y no hubo ni tiempo para que se aquietaran las aguas, que llegó un nuevo tanto. Todos saltaron de sus lugares. Increíble. Iban 6 minutos y Argentina se ponía 2 a 0, con un gol de Noel Barrionuevo, que clavó una precisa arrastrada al segundo palo.
Quizás los nervios, quizás la presión del público habían intimidado un poco a Holanda en los primeros 10 minutos. Pero fue allí cuando la naranja mecánica despertó y fue a buscar el empate. Con la habilidosa Naomi van As, con un juego asociado entre sus volantes y delanteros y con una presión insoportable, las holandesas hicieron retroceder a las locales hasta meterse en su campo. El asedio era tan intolerable que se hacía difícil cruzar la mitad de cancha. Lo cierto era que Holanda manejaba la bocha pero las llegadas al área no eran peligrosas. Porque cuando las cosas iban mal en ataque, Las Leonas se desgarraban por armar una pared en defensa.
Y así fue durante los siguientes 35 minutos (hasta casi la mitad del segundo tiempo). Ni siquiera el característico grito de “arriba, Argentina, arriba” de Belén Succi surgía efecto esta vez. A pesar de ir ganando, el Chapa Retegui enloquecía y pedía a sus jugadoras que salieran más arriba ¿Y Lucha? Las dirigidas por Herman Kruis hicieron un impecable trabajo en la marca, impidiéndole jugar. Pero cuando ella no puede, hay diez que sí.
La furia con que las naranjas salieron en el complemento las llevó a descontar prontamente. Maartje Paumen, a los 8’, demostraba por qué fue la goleadora del torneo, clavando una arrastrada en el ángulo izquierdo. Y como respuesta un “Argentina, Argentina” explotó en las gradas. Nada podría aguar la fiesta.
Recién a los 16, las locales despertaron. Una ráfaga de tres ataques concluyó en la tercera conquista de la noche. Otra vez Carlita les daba un respiro y una inmensa alegría a todos. Y así como se destacaba la delantera, un instante luego emergía la gigante figura de Belén bajo los tres palos (excelentes sus reflejos para detener dos arrastradas de Paumen y algún que otro tiro).
No faltaba nada. Sólo tres minutos y la imagen de Chartio Luchetti tirándose al piso de cabeza en mitad de cancha para detener una embestida holandesa hacía poner la piel de gallina. Pura fiereza. “Dale campeoooón, dale campeoooón”, se empezó a escuchar con un minuto de anticipación. Sonó la chicharra y se acabó. Las Leonas eran campeonas, estaban otra vez en lo más alto del hockey mundial. “Hay que alentar, hay que alentar, a Las Leonas, son orgullo nacional”, cantó la hinchada. Y tiene razón, realmente lo son.